domingo, 31 de enero de 2016

El bueno, el zorro y el vago

Roberto Bueno (B) y Juan Vago (V) eran dos compañeros de trabajo. Ambos tenían el mismo jefe, Lucas Zorro (Z). Entraron a trabajar más o menos en el mismo tiempo. Por aquel entonces, Z trató de repartir el trabajo equitativamente entre los dos compañeros, considerándolo la mejor opción. Z, muy taimado, astuto y bastante experimentado, no tardó en comprobar las grandes cualidades de B para sacar adelante su trabajo. La gran responsabilidad de B y su poder de resolución y sacrificio daban grandes dosis de tranquilidad a Z, máxime teniendo en cuenta las grandes presiones que este sufría a su vez de sus superiores. B se sentía a gusto con sus responsabilidades y valorado por su jefe. Por el contrario, los proyectos que asumía V empezaron a estar muy descontrolados y sufrir problemas. Z se dio cuenta en seguida de que aquello no era debido a que revistiesen mayores dificultades sino que la principal causa era la gran dejadez de V. La mala situación iba en aumento, así que Z decidió que necesitaba intervenir.

Tras hablar en varias ocasiones con V, no consiguió cambiar las cosas. Después de las conversaciones tenidas, siempre ocurría un patrón similar: al principio parecía que la actitud de V iba a cambiar, pero finalmente todo seguía igual. Tampoco Z se sorprendió excesivamente, dado sus experiencias pasadas. El caso es que todo ello empezaba a generar estrés a Z, que debía realizar más actividades de las que consideraba justas controlando los proyectos de V.

El estrés no es bueno, recapacitó Z. Así que, sin siquiera plantearse llevar a cabo algún tipo de intervención en contra de V, dado lo tortuoso y complicado que podría llegar a ser ese camino, decidió hacer caso a su sentido común.  Este acudió a su llamada y le susurró que B tenía unas grandes cualidades. De ese modo, se fue produciendo un paulatino y continuo trasvase por el cual B iba asumiendo todo el trabajo de V.

Al cabo de un tiempo, V apenas controlaba un único proyecto y de escasa relevancia de cara a los superiores. V acudía a la oficina cuando quería, nadie lo controlaba. Asimismo se marchaba cuando consideraba y pasaba el tiempo haciendo lo que a él le placía. El palique era su herramienta de trabajo.

Z había recuperado la calma, su estrés se había esfumado. No mantenía ningún tipo de comunicación con V, mientras que cada vez más requería a B para cualquier asunto.
B, como si de un imán se tratase, había atraído para sí todo el estrés de Z, más el que ya tenía. Sus jornadas eran agotadoras, cualquier mínima ausencia debía justificarla mucho y el trabajo, pese al intenso esfuerzo que hacía, iba en aumento. A consecuencia de ello, empezaba a tener problemas en su entorno personal y su cónyuge notaba que su humor no era el mismo.

En una de esas interminables jornadas de trabajo, un directivo de otra unidad con gran olfato para descubrir gente muy competente, ofreció a B la posibilidad de ir a trabajar con él. A B se le iluminaron los ojos, sabedor de que su trabajo no le daba muchas oportunidades como aquella, ya que la práctica totalidad del tiempo, lo pasaba trabajando duro y solitario en la oficina sin mucha comunicación exterior.  Así pues, le dijo que lo hablaría con su jefe y que ojalá fuera posible el cambio.

Al día siguiente, lo primero que hizo B al llegar a la oficina, fue reunirse con Z.
Desgraciadamente para sus intereses, su jefe le había dicho que en el momento actual aquello no era posible ya que estaban en mitad de los proyectos más vitales para la unidad desde su creación. No obstante, le comunicó que en el futuro hablarían, que valoraba mucho su trabajo. Sin embargo, nunca especificó el tiempo que significaba “futuro” en la frase anterior.

No mucho tiempo después, V – que era irresponsable y perezoso, pero en cambio sabía moverse y hacer amigos- comunicó a Z su deseo de marcharse por haber encontrado un nuevo puesto con muy buenas condiciones e irrenunciable. Z aunque procuró no exteriorizar sus sentimientos, se alegró mucho por la noticia. Por fin iba a poder relevar a V. Ahora era importante, estaban creciendo y precisaban afrontar nuevos proyectos. Necesitaba otra persona, a ser posible parecida a B.

En la fiesta de despedida de V, B se aproximó a Z y le comentó como había sido capaz de aprobar aquello después de que se lo hubiese denegado a él, a pesar de todo lo que estaba currando. Z le respondió que también él resultaría beneficiado, la persona nueva seguro que iba a ser más competente y evitaría que tuviese que hacerse cargo de nuevos proyectos.
V, con una gran sonrisa en la boca, recibió los regalos de despedida, agradeció el gran compañerismo y los buenos tiempos vividos. Al terminar, se fue acompañado de una chica del trabajo espectacular que se había ligado durante ese tiempo en la oficina. Mientras se iba de la mano con ella, B no apartaba la vista ni de él, ni del trasero de la joven - él se acababa de divorciar- quien sabe si tomando nota de todo lo acontecido.

Igual B quería ser como V en la próxima ocasión.


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